Es urgente no hacer nada.

A veces hacemos por hacer, porque estarnos quietos nos pone nerviosos
y la acción nos tranquiliza.
¿Por qué corremos para coger el autobús que ya arranca, sabiendo que
vendrá otro en pocos minutos y que, igualmente, tendremos que esperar
seguramente más adelante, esperando en un semáforo o en una sala de
espera? Seguramente a la misma hora pero más cansado. Peor es el caso
de la conducción temeraria (y no “deportiva”). O en los atascos,
¿tiene sentido adelantar un par de coches cuando tenemos centenares
delante nuestro antes de llegar a destino?.
A veces, en los mercados se observan las mismas reacciones
precipitadas e histéricas. En entornos complejos y cambiantes, dónde
la inacción parece que lleve a la muerte, a veces la acción es más
perjudicial que la inacción.
En gestión de proyectos, es mejor una larga planificación y reflexión
previa a la acción. Reduce costes.